miércoles, 10 de agosto de 2016

Vaivenes

Un médico homeópata, al que fui a ver hace un par de meses, me envió un texto que hablaba de estados emocionales y de cómo somos lo que pensamos, queramos o no. Sostenía que a veces intelectualmente comprendemos estados emocionales positivos pero por alguna extraña razón no los alcanzamos a sentir; y que llegar a ellos no es fácil, el truco está en subir nuestro estado vibratorio poco a poco, por algo así como emociones escalón. 

Después de la visita con el doctor, me fui de viaje y regresé hace un mes. Estuve a más de 9,000 km de mi casa. Me despejé, abrí el tercer ojo y mi corazón, cosa siempre buena luego de más de un año de estar en modo zombie de ciudad, y comencé a vibrar diferente. 

Es gracioso que a pesar de que tenía mucho entusiasmo por las vacaciones, por conocer lugares  idealizados, extrañé mucho -demasiado- mi hogar. Las palabras de aquel texto tuvieron un efecto en mi manera de sentir y vivir el presente y empecé a recibir agradables sorpresas de personas a mi alrededor. Los extraños dejaban de serlo, simplemente comenzaban a rodearme de un manto de gentileza y buena onda. Y de pronto pasé de la idea, a de verdad amarlo. Seguro así se sienten los cactus cuando florecen por primera vez. 

Los vaivenes emocionales son inevitables. Imagino que las decisiones que tomamos hacen que nuestra estabilidad emocional se mueva como un péndulo que constantemente dibuja pequeños círculos sobre un bloque de arena, y a medida que algo extraño pasa, los vaivenes incrementan y se mueven hacia distintas direcciones. Lo que me recuerda a la aseveración de Don Juan, el indio yaqui, que dice: los caminos no llevan a ningún lado pero siempre hay caminos con corazón. 

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